miércoles, 22 de mayo de 2013

El rostro verdadero.


Cuentan que la gente de un maravilloso País estaba buscando un gobernante que les mostrase su rostro verdadero.
Adinerados señores, vendedores de ilusiones, salvapatrias de abolengo y trepas de alcurnia llegaron de todas partes para ofrecer sus maravillosas promesas.
Trabajos dignos, mejoras en sanidad, en educación, salarios más justos, aumento de las pensiones y un largo etc., conformaban los obsequios para conquistar a los pobladores de tan privilegiado país.
Entre los candidatos se encontraba un ciudadano que ofrecía tan sólo honestidad, trabajo y perseverancia.
Cuando le llegó el momento de hablarles, dijo:

-País te he amado toda mi vida. Como soy un hombre integro te ofrezco mi tiempo y mis capacidades, dispón de ellos durante cien días como prueba de mi amor por ti. 
Los ciudadanos de aquel país, conmovidos, decidieron aceptar la propuesta.
Tendrás tu oportunidad, si pasas tan dura prueba nos gobernarás, le dijeron.
El candidato quiso cumplir su palabra, intentó reconducir aquel desatino pero cada día soportaba menos la visión de un país que se venía abajo, en el que los acontecimientos iban sucediéndose unos tras otros: desempleo, corrupción, despidos improcedentes, cierres de empresas, falsos eres, falta de oportunidades, de formación, de sanidad...
Con la vista fija en sus conciudadanos siguió intentando conducir aquella locura, firme en su empeño, sin desfallecer un momento.
Al llegar el día noventa y nueve, cuando faltaba una hora para cumplirse el plazo, ante la mirada atónita de los asistentes y la perplejidad de todos, el candidato se levantó y se alejó lentamente del lugar. 
No podía engañarles, quizás hubiese otros que lo consiguiesen, él no sabía qué ni cómo hacer para mejorar la vida de aquellos que le habían confiado su País y se marchó.